

Hay ciudades que uno visita por su historia, por su gente, por sus sabores. Y hay veces en que una cena justifica el viaje entero. En Belém do Pará, esa cena tiene nombre: Famiglia Sicilia.
Todo empieza con una calma orquestada: luces bajas, madera clara, el murmullo de copas y un violonchelo que no interrumpe, acompaña. Pero lo esencial aún no ha llegado. Hasta que aparece Fabio Rezende Sicília, anfitrión como ya casi no quedan, maestro como pocos, generoso como nadie.
Fabio no saluda: abraza con la mirada, con la voz y con su tiempo. Nos recibe como si fuéramos viejos amigos, con el afecto intacto de quien sabe que la cocina también cura, conecta, emociona. Su historia —como la de tantos grandes cocineros— está hecha de familia, de memorias, de afectos convertidos en recetas. Nos habla de su madre, de su hermana Ângela, de los destilados que producen, del chocolate que elaboran, de cómo su casa se convirtió en escuela, laboratorio, refugio y celebración.
Probamos su Carpaccio Francesco Sicilia, finísimo, vivo, con un perfume de mostaza antigua que despierta sin saturar. Luego la Burrata Luna, con corazón de búfala, envuelta en masa crocante y bañada en tomate al sugo, llega con la misma emoción que una carta escrita a mano. Cada bocado nos dice algo más sobre Fabio: su búsqueda de equilibrio, su respeto por el producto local, su obsesión por el detalle.
Fabio no pregunta si gustó; observa si te transformó.
Del menú especial para el Día de los Enamorados, elegimos el Bacalhau Dois Mares, Um Amor, con risotto negro de tinta de calamar: un plato que une mares, texturas y silencios. Después, el Ragú de Cordeiro, con perfume a domingo familiar, cierra la secuencia salada con calidez y nobleza.
Pero la magia no está solo en el plato, sino en cómo Fabio camina entre las mesas, reconociendo nombres, memorias, guiños, abrazos. Vi cómo las parejas lo saludaban al irse, muchas con lágrimas suaves en los ojos. Esa conexión no se improvisa: se siembra cada noche y se cosecha en afecto genuino.




El postre, Doce Promessa, resume todo: un brownie suave, helado de tapioca, crumble de castañas y una salsa de frutilla que no empalaga, acaricia. Es la promesa de que volveremos. Porque si volvemos a Belém —y volveremos— será por muchas razones. Pero seguro será para volver a sentarnos aquí, en esta casa que es restaurante, en este restaurante que es alma viva.
Fabio no habla solo de comida. Habla de sueños, de esfuerzos, de lo que significa levantar una empresa familiar en el norte de Brasil y convertirla en referencia sin perder la humildad. En cada detalle se siente que Famiglia Sicilia no solo sirve platos: forma parte de una visión de vida. Una visión donde alimentar también significa educar, incluir, compartir.
Y entonces llegó el momento de los chocolates.
Fabio nos ofreció probar los productos de Gaudens Chocolate, un emprendimiento paralelo de la familia que produce tabletas y bombones con cacao amazónico orgánico, cultivado de forma sostenible. Las variedades con cupuaçú, los premios internacionales, el proceso artesanal desde la semilla hasta el molde… Todo lo cuentan con la misma pasión con que sirven un risotto o un postre. Gaudens es mucho más que una marca: es otra forma de honrar su territorio, de cuidar a quienes cultivan, de mostrar que desde Belém se puede conquistar el mundo sin salir de los márgenes del bosque.
Ver esas tabletas rojas, premiadas y orgullosamente paraenses, es entender que aquí la gastronomía no es una industria: es una forma de resistencia cultural, un canal para el desarrollo local, un modo de vivir con sentido.

Si volvemos a Belém —y volveremos— será por muchas razones. Pero lo cierto es que pocas cosas nos marcaron tanto como esta cena.
Porque Famiglia Sicilia no solo alimenta el cuerpo. Alimenta vínculos. Da esperanza. Y demuestra que un emprendimiento familiar, cuando nace con propósito, puede ser más poderoso que cualquier tendencia. Fabio lo sabe. Y lo transmite. Cada noche. Cada plato. Cada chocolate.