
Un paseo imprescindible para viajeros que desean conocer la identidad auténtica y cotidiana de la capital uruguaya.
Por Jacobo Malowany para SHOP NEWS
El sol aún dibuja largas sombras cuando llego al cruce de la avenida 18 de Julio y la calle Tristán Narvaja. Es domingo, y la vida montevideana ya se agita con el anuncio del mercadillo tipo español que habita este rincón del barrio Cordón. Me encuentro en un ambiente de varios colores, objetos y ofertas que hacen a la feria dominical más célebre de la ciudad.
Ya temprano, los puestos han desplegado sus manteles, mesas y viejos baúles que, en silencio, muestran sus “joyitas”: libros usados que parecen haber viajado en el tiempo, discos de vinilo escondidos bajo cajas, muebles de madera que ofrecen su veta como si narraran historias, verduras frescas de temporada, y mucho, mucho más. Según datos municipales, esta feria comenzó en 1909 sobre la entonces calle Yaro.
Un paseo entre memorias
Avanzo por la calle y es imposible no “padecer” algo la pelusa molesta de los plátanos en estos días primaverales y las fachadas bajas de viejas casas que, como testigos silenciosos, llevan décadas viendo pasar la rutina de la feria. En un puesto, un hombre ofrece antiguos sellos y monedas; en otro, un librero con manos cansadas hojea un ejemplar cuya portada ya perdió el color. Me acerco, saludo, intercambio unas palabras. Él me dice que “aquí se encuentra de todo”: muebles, juguetes, herramientas, mascotas, frutas y verduras, discos, etc., “lo que busques” me dice con una amigable sonrisa.
Camino unos metros más y llego a la cuadra de librerías y casas de antigüedades, un tramo donde la tinta de los libros y el olor a páginas viejas se funden con el bullicio del mercado. Allí pienso en los escritores, los lectores y los coleccionistas que han paseado por estos andenes. Este es un lugar que invita no solo a comprar, sino a detenerse, consultar y rememorar
La feria como espejo social
Mientras continúo mi recorrido, advierto que esta feria es un microcosmos de Montevideo: diferentes edades, clases sociales, turistas que con cámara en mano buscan una “postal”, feriantes que saludan a viejos clientes y también a curiosos. Como describía hace más de cien años una revista en sus cronistas de la feria: “es imposible en otra ocasión encontrar reunidos (…) tantos tipos interesantes y populares” así lo decía el suplemento dominical de La Mañana
En esta mezcla de sonidos -el tintinear de una llave antigua, las risas que se cuelan junto al carrito de comida, el murmullo de un trueque- se siente que la feria no es solo comercio: es retazo urbano, memoria viva y patrimonio popular. La municipalidad lo confirma: “La oferta de artículos es tan amplia y rica como extravagante… puede encontrarse desde una antigüedad valiosa hasta una fruta de estación”. Intendencia de Montevideo
Razones para visitarla
Así como un viajero en Madrid va al El Rastro por su autenticidad y variedad, el paseo por esta feria en Montevideo exige un paso lento y atento. ¿Por qué?, porque:
Permite descubrir objetos que cuentan historias: de vidas, de tiempos, de generaciones.
Ofrece una experiencia auténtica del domingo montevideano: no solo compras, sino encuentros, conversaciones, descubrimientos.
Es un espacio que conecta lo local con lo mundial: visitantes extranjeros, viajeros que buscan algo distinto, curiosos. Según fuentes, “muchos extranjeros llegan hasta esta feria en busca de objetos raros”.
Es parte del patrimonio cultural de la ciudad: su origen agrícola, su evolución hacia el mercado de pulgas urbano, su función social lo convierten en paseo obligatorio. Todo Uruguay
Al cierre del día
Cuando el reloj se acerca a la media tarde, los puestos empiezan a recoger sus artículos. Una última cebada de mate en una vereda, la mirada al norte donde se baten los toldos ya plegados, y el sonido lejano del tambor de candombe que acompaña la despedida del domingo. Me voy con una pequeña compra -un libro usado, una antigua cámara fotográfica de plástico- pero lo verdaderamente valioso es la experiencia: de caminar entre los objetos y escuchar al vendedor que recuerda cuando su abuelo ya tenía puesto el mismo lugar.
La feria, aquel domingo, me recordó que los lugares de encuentro -de respiración conjunta- son tan importantes como los monumentos o los museos. Y que un paseo por la calle Tristán Narvaja es, en efecto, adentrarse en el latido real de Montevideo.
Si usted no conoce esta feria, no conoce Montevideo
Si usted viaja a Montevideo, reserve una mañana de domingo para este paseo imprescindible. Llegue temprano, dedíquele tiempo, se curioso. No se trata solo de comprar algo, sino de conectar con una tradición que dura más de un siglo. Porque en la calle Tristán Narvaja se conjugan historia, comercio, cultura y barrio. Y eso es, quizá, lo que la convierte en un destino “obligatorio”.

