

En la húmeda noche de Salvador de Bahía, donde la samba late en cada esquina y el fútbol se respira como el aire cálido del Atlántico, un pequeño gigante del interior uruguayo escribió una página imborrable en su corta pero intensa historia. Cerro Largo Fútbol Club, el orgullo arachán, conquistó su primera victoria internacional en tierras brasileñas, derrotando 1-0 a Vitória y quedando segundo en su grupo de la Copa Sudamericana. Pero la verdadera hazaña no empezó ni terminó en el césped: fue una odisea de kilómetros, de fe inquebrantable y sueños tejidos en el corazón de Melo.
Madrugada en Melo.
Un silencio húmedo envuelve las calles de la ciudad. Apenas las luces tenues de la terminal y el motor del ómnibus de Decatur que es la empresa que los lleva y trae a todos los partidos encendiéndose rompen la calma. Los jugadores de Cerro Largo Fútbol Club, con almas encendidas, suben uno a uno, mochilas al hombro, en busca de algo más grande que una victoria. En cada asiento, un sueño. En cada mirada, una promesa: representar al interior del Uruguay como nunca antes. Así comenzaba la odisea que los llevaría, kilómetros y kilómetros después, a escribir una de las páginas más doradas de su joven historia.
«El fútbol no es solo lo que pasa en la cancha. Es el viaje, la espera, la fe y la alegría de volver a casa con la historia en la valija.»
El largo camino hacia el sueño
La ruta se deslizaba bajo las ruedas como una cinta interminable. Desde Melo hasta Acegua, cruzando la frontera que separa la calma oriental del vasto Brasil. Porto Alegre los recibió con su bullicio, sus avenidas anchas, y la sensación de estar apenas en el primer paso de un viaje épico.
Un vuelo los lanzó al cielo, mientras abajo el mundo seguía su curso. Río de Janeiro los abrazó por unas horas con su calor y aroma a mar que envuelve la cidade maravilhosa. Ahí, perdidos entre millones, la pequeña delegación arachana parecía invisible. Pero llevaba en su pecho algo que pesaba más que cualquier camiseta: la ilusión de un pueblo. Otro vuelo, otro cruce. Finalmente, Salvador de Bahía. La tierra del axé, la capoeira y el candomblé. Y también, esa noche, tierra de epopeyas improbables.
El estadio retumbaba como una caja de tambores. El Vitória tenía la gente, la camiseta pesada, la localía. Cerro Largo tenía su garra. Su orden. Y una fe que no entiende de diferencias presupuestarias ni de pergaminos.
Los primeros minutos fueron de aguantar. De correr más de lo que el cuerpo permitía. De tapar espacios. De sufrir. El fútbol, a veces, es solo eso: aguantar la tormenta hasta encontrar un rayo de sol.
Y en el complemento, el rayo llegó. Facundo Peraza, el delantero que parece multiplicarse en cada ataque, cazó un pase suelto, levantó la cabeza, y desenfundó un remate seco, certero, definitivo. Gol. Gol de Cerro Largo. Gol de todo Melo. Gol de un departamento que alguna vez soñó con estar en estas vitrinas y esa noche dejó de soñar para empezar a escribir.
Cuando el árbitro pitó el final, no fue un grito. Fue un desahogo. Un suspiro colectivo que viajó miles de kilómetros de vuelta a casa.



La victoria en Salvador no se mide solo en el marcador. Se mide en kilómetros recorridos, en madrugadas de carretera, en la fe de quienes creen que el fútbol no es solo una cuestión de dinero o poder, sino de corazón y resistencia.
Esa noche, bajo la lluvia de Bahía, Cerro Largo no solo ganó. Confirmó que los sueños del interior pueden romper cualquier frontera. Que la garra arachana, forjada en el viento de las cuchillas y el calor de las pequeñas ciudades, puede hacerse sentir en los grandes estadios de América.
Porque el fútbol, como la vida, no se resume en noventa minutos. Es el viaje, la espera, el esfuerzo, la esperanza, y esa sonrisa infinita al volver a casa, con la historia en la valija.
Mauricio Larregui nos relata lo vivido
Al final del partido conversamos vía telefónica que se encontraba en un rincón del aeropuerto de Salvador, mientras el bullicio de los altavoces y el cansancio se mezclaban en el aire espeso, encontramos a Mauricio Larregui, responsable de comunicación de Cerro Largo Fútbol Club. Cargaba en sus manos una mochila desgastada y en sus ojos, el reflejo de una noche que nadie en Melo olvidaría.
Con una sonrisa cansada e inmensa, ya que era videollamada, nos dijo mientras miraba al grupo que se acomodaba entre bancos y maletas:
«Esa noche, en la humedad de Bahía, los muchachos de Cerro Largo cruzaron el Atlántico de sus propias limitaciones, y encontraron, del otro lado, algo que ya nadie podrá quitarles: la gloria. No fue solo un partido. Fue el viaje. Fue el aguante. Fue la fe. Y fue, sobre todo, el orgullo de llevar la historia en la valija.»
Mientras hablaba, las camisetas aún húmedas colgaban de los respaldos de las sillas, y algún que otro jugador dormitaba con la cabeza apoyada en la mochila. No era solo la fatiga física: era el peso emocional de haber vivido algo inmenso, difícil de describir. Un triunfo que no cabía en los titulares. Una historia que había nacido en la madrugada melenense, cruzado rutas y cielos, y que ahora, en el corazón de Brasil, se abrazaba para siempre con la memoria.
Mauricio se despidió apretando el puño en alto, como quien sabe que esa victoria no fue casualidad. Fue identidad. Fue resistencia. Fue, como en los mejores cuentos del fútbol, la confirmación de que a veces los sueños saben encontrar su camino.
Fundado en 2002, Cerro Largo Fútbol Club es el fruto de la unión de dieciocho equipos de Melo y dos de Río Branco. Su camiseta a bastones azules y blancos es un homenaje a la selección departamental, pero también una promesa: representar al interior profundo con dignidad, coraje y sueños propios.
En poco más de dos décadas, el club escribió su propio camino en letras firmes: ascensos, un campeonato de Segunda División en 2018, y participaciones en las copas continentales que alguna vez parecieron sueños lejanos.
En el Estadio Arquitecto Antonio Eleuterio Ubilla, donde caben diez mil pero laten veinte mil corazones, cada partido es una celebración de identidad. En Melo, Cerro Largo no es solo un club: es una forma de vida.